top of page
Buscar

[ Provocar lo invisible ]

ree

Sobre puertas cerradas, Japón y lo que insiste en aparecer

Vivo en una dualidad constante. Como actriz, mi chamba es buscar la luz,

que mi cuerpo, mi voz, mi rostro y todas mis debilidades queden expuestos a la mirada del otro, como un espejo o como un blanco para lanzarle dardos. Como escritora, en cambio, me he descubierto escondiéndome detrás de las letras, en las memorias ajenas.

 

Esa dualidad me gusta, me nutre. He reflexionado varias veces sobre cómo mis herramientas de actriz me permiten rendirme ante las voces de la otredad mientras escribo para encarnar las palabras y comprenderlas, no solo escribirlas. Ser la sombra también me apasiona, siempre y cuando no llegue a ese lugar porque alguien más decide inventar un truco de magia para invisibilizar mi trabajo.

 

La acción es un contrasentido cuando se comprende que lo invisible sostiene todo: la escritura, la memoria, la construcción de relatos, son labores silenciosas que no brillan de inmediato, pero representan el armazón de lo visible. El trabajo que se hace entre bastidores —o entre páginas— es el que permite que después aparezca la función.

 

El problema no es solo que este trabajo quede oculto. Existen personajes sin luz propia —frecuentemente cancerberos, sombras administrativas, virreyes de pasillo expertos en hacer gala con sombrero ajeno— que se encargan de taparlo, de bloquearlo, de despreciarlo, que consideran “menores” ciertos saberes y labores, incluso a las personas que las hacen, aunque en realidad las necesiten para sostener lo que muestran. Se benefician, pero olvidan selectivamente al momento de observar, retribuir o dar valor.

 

Y aquí está la paradoja: la reciprocidad no se hereda ni se aprende por simple contacto con el arte o la cultura. La educación de reconocer el trabajo de los demás es un ejercicio en sí mismo, un acto consciente y diario. No basta con consumir, dirigir o administrar, hay que practicar la gratitud, la justicia de nombrar, el valor de reconocer sin miedo lo que se sostiene gracias a otras personas.

 

Hace poco escuché, en un conversatorio sobre el maestro Tadashi Suzuki, una frase que me hirió de lucidez: “Provocar la aparición de lo invisible y su deseo”. Quizá ahí radica el corazón de su teatro y el entrenamiento que creó: no mostrar lo evidente, sino despertar lo que late debajo, lo que insiste en salir aunque no tenga permiso. El actor, el artista, entrena con sus pies, su respiración y su resistencia, para que algo más —invisible pero real— aparezca frente al espectador.

 

Estos días, mientras preparo mis maletas —mi cuerpo y mi corazón— para ir a Japón, he pensado cómo mi trabajo y mi búsqueda van en la misma dirección. Actuar y escribir son dos formas de dialogar con lo invisible. Y de atravesar puertas que otros cierran. Frente a bloqueos y silenciamientos, no queda otra que abrir un hueco, construir una puerta, invocar llaves, cruzar océanos para perseguir lo real.

 

Septiembre será el mes de Toga. Estaré en la aldea japonesa donde Suzuki levantó un teatro en la montaña. No es solamente una residencia o un retiro creativo: voy a un entrenamiento, a seguir trabajando con lo invisible. Porque creo firmemente que, aunque a veces intenten borrarlo, el trabajo nunca traiciona[i]. Lo invisible siempre encuentra la manera de aparecer.


 PD: Y mientras tanto, preparo también los nombres de quienes ya me acompañan simbólicamente en este cruce. ¿Quieres unirte?


[i] Gracias a Jazzcinthya Chaparro Media, mi psicoanalista, ahora amiga, quien me regalo ese mantra tan poderoso: el trabajo nunca traiciona.


 

ree

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comentarios


bottom of page